Millonarios a meses
Todos saben que si no ofreces MSI en tu negocio, en San Pedro no pega. Los ricos que no llegan a fin de mes y otras historias de verdades a medias.
En casas y departamentos por todo San Pedro, cajas de cartón cerradas con cinta canela esperan sobre pisos de mármol. Su sombra marca el paso del sol frente a enormes ventanales que dan hacia montañas o hacia el valle. Propiedades ocupadas pero vacías, que indican no lo complejo que es amueblar una casa o el tiempo que toma ser selectivo con la decoración, sino… lo evidentemente huecas que son las vidas que se viven hacia afuera. Las que ven el código postal como un éxito que se sobrepone a otros - logros personales, ahorros, inversiones o practicidad.
Ser sampetrino como una meta en sí.
En un desayuno en el Mirador, una mujer con dedos huesudos, delicados, con uñas naturales perfectamente redondeadas, toma el mango de la taza de cerámica con café recién servido. Detrás de ella, un mesero se retira a la cocina. Antes de dar un sorbo, con la bebida a punto de tocar sus labios rosas, la mujer apunta sus filosos ojos verdes a todas las presentes, “...atrasados en la renta, pero con sus Mercedes del año”. Sorbe su café y vuelve a levantar la vista. Las otras tres mujeres, de edades similares, con arrugas marcadas, peinados discretos de pelo corto y blusas de algodón ligero, responden casi en coro, “¿Cómo no les daaaA vergüenzaAaaa?”
El Mirador es otro de los lugares icónicos para sampetrinos de toda la vida, especialmente para aquellos que aún recuerdan la vida en Obispado, la María Luisa y la Chepevera. Del otro lado del río, junto a la muy transitada avenida de Constitución, puedes encontrar este viejo favorito de todos los que saben y los que quieren aprender. El salón es muy amplio y es un gran lugar para ver y ser visto, no faltan nunca los políticos locales, pero los más viejos. Los de antes.
Cuando he ido, acompañada de personajes de renombre (diría “de mayor renombre” pero yo no tengo ninguno) es de esperarse las constantes interacciones con otras mesas. Alguna vez, con una pareja muy estimada, me sorprendió la cantidad de tiempo que nos tomó pasar del recibidor a nuestras sillas. La procesión de saludos parecía interminable, no solamente comensales pero capitanes y meseros que no querían dejar pasar esta cordialidad.
Divago. El punto es que en aquel desayuno de mujeres mayores, las cuatro compartieron anécdotas sobre las malas experiencias que han tenido rentando distintas propiedades. Nada nuevo, pero lo interesante es el tema común: los millonarios de fin de mes. Aquellos que ostentan grandes fortunas que necesitan proyectar por sus aún más grandes carencias. La económica siendo la menos grave.
Una de las amigas del desayuno, la más robusta del grupo, añade, “N’ombre, si yo te contara cómo me dejaron la casa en Bosques las muchachitas estas de Guadalajara - que disque muy elegantes”. Mientras habla gesticula con sus manos, el clank-clink-clank-clink-clank de sus múltiples pulseras. Todas sacuden la cabeza. “Por eso yo solo le rento a gente conocida”, dice otra mientras sus dedos juegan con las gemas de su collar, sus uñas pintadas de un rosa que casi imita su tono de piel. La primera en hablar responde indignada, “Sí, ¡estos eran de aquí! El tío de la señora fue compañero de mi hermano NOMBRE en el Irlandes”. Todas vuelven a coincidir, “Qué vergüenza”.
La que ha permanecido muda, casi pelirroja con un corte más largo, al hombro, sentencia, “Creen que con un carro, una bolsa y unos trapos, ya están del otro lado. ¡No, señor!” Todas se ríen.
No, señor. Ser (o no) rico es parte central de la identidad que se ha consolidado como sampetrina, ser (o no) un “buen rico” - de esos que saben manejar su dinero de forma inteligente, que son generosos pero no ridículos; eso es el ideal.
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Cuando alcanzas la vida adulta y sales de la burbuja, te das cuenta de dos cosas. La primera: que la mayoría de la gente menor de 45 años no tendría posibilidad de tener un quinto del estilo de vida que tienen si no fuera por sus padres y/o suegros y/o abuelos - mecenas de incontables colegiaturas, casas, vacaciones, carros, bodas y festividades de sueño. O sea, verdaderamente el tablero esta viciado. Tus compañeros de primaria ahora encabezan corporativos importantes y tú no imaginas que su comprensión crítica se haya profundizado desde entonces. A diario encuentras más evidencia de que no es fácil entrar a este mundo, pero pareciera casi igual de difícil dejarlo. You die in the class you were born.
Lo segundo, que tiene que ver con esto último que digo: PARECIERA. Pareciera, que nadie se “sale”. Pero la realidad es que muchas, muchísimas más personas de las que te podrías imaginar en estos mundos color de rosa, viven mes con mes. Con carros rentados, tarjetas a tope, créditos negados, casas vacías, números rojos y joyas de bisutería. Con Birkins de WalMart y sandalias de Hermès que compraron de la cajuela de un carro estacionado cerca de Beverly Hills, en un AirBnB que escogieron por su proximidad a hoteles de lujo, donde pretenderán hospedarse.
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