La privacidad es un vestigio de otra época
¿Cómo será la generación que nunca conoció la privacidad? ¿De qué formas tratarán sus cuerpos, sus memorias, sus vidas? Desde leyes en el Congreso hasta Meta RayBan, adiós a la vida privada.
Una de las tendencias que más me perturba en redes es la normalización de imágenes captadas con cámaras de seguridad que se comparten como contenido cotidiano. No me refiero a imágenes del garage o de la puerta de la casa, hacia la calle, sino de videos e imágenes captadas por cámaras instaladas dentro de las casas. Aunque cualquier versión de esta práctica me parece bastante desagradable, sin duda la iteración que más me ha despertado alarma ha sido la de los padres influencers (o con deseos de serlo) que muestran imágenes de sus hijos tomadas con estas cámaras de seguridad. Bebés o niños pequeños que ignoran que están siendo grabados (o que no son capaces de comprenderlo) y que tampoco se podrían imaginar cuánta gente está siendo invitada a observarlos en lo que en cualquier otro momento de la historia hubiera sido considerado privado: su recámara.
Entiendo que vivimos en la era de la economía de la vigilancia - término popularizado por Shoshanna Zuboff en su libro del mismo título. Lo que esto significa es que el capitalismo actual no gira en torno a la oferta de productos físicos, ni a la captación de atención - sino a la procuración de datos personales. Zuboff argumenta que las grandes compañías tecnológicas han cambiado el modelo de negocios de todo, que ahora lo que vale es ale y lo que más genera es tener una colección creciente de metadatos.
Es cierto que las tarjetas de crédito llevan décadas lucrando con nuestra información y creando perfiles psicológicos de nosotros como consumidores; que cada vez que metes tus datos personales en alguna página, sus algoritmos buscan empatarse con algo que te pueda gustar.
Entiendo todo eso. Pero me parece muy triste pensar que no hemos pausado para considerar si este realmente es el mundo que la mayoría de nosotros queremos - pocos dimensionan la realidad de esta nueva frontera. No es tan solo el hecho de que “tengan toda tu información” sino de que ya somos solamente masas manipulables, lo hemos visto en las elecciones intervenidas por agentes externos que saben exactamente qué botones presionar para generar la mayor discordia. Lo hemos visto también en las formas que se radicaliza la juventud que consume videos pornográficos o violentos, o con contenido de ideologías nocivas para la sociedad.

Lo hemos visto en la cantidad de historias de extorsión y de abuso sexual perpetuadas mediante pantallas y a través de teléfonos - las niñas y los niños que acaban siendo presa de personas perversas del otro lado del mundo, caen por no dimensionar lo que es existir en internet.

Y finalmente, lo vemos en la forma en la que todos nosotros hemos claudicado ante la presión de las compañías más grandes de tecnología de la comunicación para aceptar y promover la hipervigilancia en nuestras propias vidas. Los algoritmos nos alimentan los videos más extremos, las confesiones más íntimas y las emociones más puras - era de esperarse que quienes busquen lucrar con los millones de clicks que les regalan a Meta, YouTube y TikTok acabarían mostrando contenido más radical.
Ya no es raro ver a personas llorando, teniendo crisis emocionales frente a sus celulares; tampoco es rara la auto-explotación sexual; los retos extremos de dietas, ejercicio, consumo o producción; los videos de la gente en sus baños, sus camas, las guarderías de sus hijos. Dios, ya ni siquiera es raro que la gente suba videos de sus operaciones, literalmente de adentro de su cuerpo.
Llegando a San Pedro, vi por primera vez las cámaras instaladas por dentro de las casas, aparatos destinados para vigilar a los niños cuando hay menos supervisión humana o simplemente cuando los padres están fuera. Las cámaras se usan para vigilar a trabajadoras del hogar, a nanas, a cocineras y jardineros que conviven con los niños, que se desplazan diariamente por la casa. Es una nueva e interesante adición a la compleja dinámica relacional entre patrones y empleados de un hogar; interacciones teñidas por intimidad y confianza que ahora se ven a través del lente de una cámara. Las verdades absolutas de la tecnología que supuestamente captura la realidad contra la confianza ciega, que sabe aunque no tenga pruebas.
Todo esto me parece digamos que… un desarrollo eventual de dos fenómenos universales que colindan con la tecnología adecuada: el deseo de los padres de cuidar a sus hijos y la incapacidad humana de jamás confiar por completo en alguien más. Lo que no entiendo y me desconcierta, es que los padres no dimensionen lo absurdamente orweliano que es compartir esas imágenes con cientos de miles (o millones) de personas desconocidas. De extraños. Muchos que por cierto, probablemente no tienen buenas intenciones y consumen imágenes de niños ajenos porque les causa un perverso placer.

Un amigo añadió que además de motivar más ojos extraños, ese tipo de información (el hecho de que tienen cámaras conectadas al internet, todo el día grabando a sus hijos) es bueno saber para quienes gustan de hackear sistemas. En algunas de las imágenes que he visto, aparece la marca o el modelo de la cámara, parte de la información que se documenta en la imagen. El hackeo de cámaras es común, muchas veces imperceptible para quién la sufre y definitivamente no requiere del expertise profesional que nos gustaría pensar a quienes no somos adeptos en esos mundos. Dicho de otra forma: no es nada del otro mundo.
Aún así, las madres y padres con cientos de miles o millones de ojos pendientes comparten imágenes desde adentro de sus casas, de las camas de sus hijos, de sus baños, sus clósets. De todo, con sus celulares, con las cámaras de seguridad, con lo que puedan. Es casi como si no pudieran contenerse.
¿Cómo será la generación que nunca conoció la privacidad? ¿De qué formas tratarán sus cuerpos, sus memorias, sus vidas? ¿Con qué límites operaran en el mundo de más es más, donde ya todo tiene un precio y lo único que importa es ser el más rico y famoso?
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