Alberto, en Kayak y en Jeep
Esta semana planeaba escribir sobre la cultura digital, la forma en la cual se crean los lugares en el éter del internet, pero como siempre, el mundo físico tomó precedencia. Crónica de la tormenta.
*quiero destacar que para los suscriptores de paga este texto y todos los subsecuentes vendrán en audio para su conveniencia. Subo esa versión en cuanto esté lista, si preferirían esperar a escuchar en vez de leer. ¡Gracias!
El nombre en boca de todos está semana fue Alberto.
La tormenta tropical, cuasi-ciclón que los aliens de Tampico lograron nuevamente redireccionar de sus costas, fue y sigue siendo el pan de cada día. En San Pedro, las conversaciones previo a la esperada llegada del agua fueron así:
Qué bueno que ya va a llover.
Sí, bendito Dios. Ojalá que no haya afectaciones a la gente.
Que así sea. Pero ya nos urge el agua, que se llenen las presas…
Sí, para poder llevar bien la canícula.
Aaaay y además se limpia el aire.
Cuando pase la lluvia vámonos al rancho.
¡Sí!
Un meme me pareció atinado al sentimiento general de anticipación, tras años de sequía, tras un inicio de verano particularmente azotador:
Llegada la tormenta, los chats se prendieron con preguntas sobre a quién más se le fue la luz, quién tuvo goteras, quién se quedó varado en su casa un día o más de un día por los deslaves, los árboles caídos, las piedras y el lodo en las calles. Claro que como en todo, hay niveles. Una gotera en la sala es molesta, una gotera que causa un corto circuito es peligrosa, y como es de esperarse, en el municipio favorecido por Dios, hubo de todo, en su justa medida. Hasta donde sé, ninguna tragedia de esas cotidianas que mencioné, pasó a mayores. Solamente anécdotas, historias de un suceso compartido. Este tipo de momentos son los que forman también sentidos de pertenencia y de comunidad. Las catástrofes naturales, los sucesos que físicamente tocan a todos - como un terremoto, como una tormenta, como una pandemia - alteran la realidad del mundo en el que vivimos, por lo tanto son parte de las formas en las que generamos una cultura común con otras personas.
Digo que “alteran la realidad” porque, una tormenta cambia el mundo físico - para empezar hay lluvia. En un lugar que generalmente no la tiene o al menos, no en esas cantidades, esa diferencia es sustancial. Las calles cambian no solamente porque algunas se inundan, todas son otras, mojadas representan otros peligros y les encuentras otras ventajas. También la gente. Sus hábitos cambian en la lluvia - famosamente en nuestro país todos se vuelven peores al volante y más deseosos de un pancito. O un vino, según los memes, (o el grupo etario).
En Nuevo León se cancelaron las clases y la mayoría de las actividades se redireccionaron al home office. Mucha gente se encerró, pero sé de varias personas que salieron en busca de aventuras; igual, algo diferente ir al cerro o al parque bajo el agua. Mínimo es novedoso.
Indudablemente, la imagen más repetida, por toooodo tipo de comunicadores, lo que para todos significó la mayor diferencia de esta tormenta fue :
Ver al Río Santa Catarina caudaloso, lleno, rebosante.
Vivo. Sé que siempre, siempre ha estado vivo, aunque estuviera seco, pero estos días ha sido imposible pensar que otra palabra podría describirlo mejor. Vivo, vivísimo.
Fui a verlo, nos paramos en el puente atirantado y nos tomamos una foto como turistas, pensé que sería un buen recuerdo para los días en los cuales no me pueda imaginar algo así - a la ciudad envuelta en agua. Disfruto mucho esta humedad de las plantas, los árboles, el olor de la tierra mojada y el color que toma el concreto, la pintura de las casas, la cantera, el pavimento, el metal.
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Y cuando se asoma el sol y la luz que le pega al agua destella y baila sobre las banquetas, o cuando se forman pequeños arcoiris por aquí y por allá. Los finlandeses o daneses o suecos (no recuerdo cuál, me disculparán que tampoco veo relevante especificar) creen que no existe el concepto de “mal tiempo”, sino malos atuendos. Estoy de acuerdo, siempre y cuando uno este preparado para el contexto, puede pasarla bien.
Y eso, el contexto. El contexto dentro del cual yo disfruté la tormenta fue uno de seguridad y calma, sabía que lo peor que podría pasar serían cortes de luz y agua espontáneos, breves, intermitentes. No pasó. Pensé que quizá podría haber algún objeto obstaculizando mi calle, pero tampoco fue el caso. Lodo, arena, piedritas, ramas y pedazos de árboles sí. Pero nada que nos impidiera salir a cenar y a socializar viernes, sábado y domingo.
Uno de esos días estuve con dos personas en un restaurante que nos gusta frecuentar, discutiendo lo absurdo que es pensar en las distancias físicas comparado con las distancias de calidad de vida en el estado, en el país. En el mundo. Pero bueno - hoy -aquí.
El tono, previamente jocoso, se torna serio, es un cambio drástico pero sutil - hay personas capaces de lograr eso con la mínima afección de su voz. Una pausa, el mesero nos llena las copas de vino blanco, Louis Latour. Se va y la conversación continúa, “Qué absurdo que nosotros estamos aquí…”, voltea a ver el restaurante y nosotros también. Es un lugar tranquilo, oscuro y sereno, a mí siempre se me hace frío en exceso pero fuera de eso, muy cómodo. La barra tiene sillas amplias y espacio suficiente entre cada comensal, el servicio es excelente y la calidad de los productos también. La música no me encanta, solo de repente le atinan. Pero todo lo demás es de diez.
Volteamos de nuevo al frente, “...recibiendo esto…” nos sirven los platos, presentaciones impecables y cantidades perfectas para uno o dos bocados. Continúa, “...mientras otras personas están desesperadas por una despensa”. La referencia a la desesperación me hace morderme el cachete por dentro de mi boca, un reflejo que tengo desde chica cuando algo me incomoda.
La desesperación, ¿cómo hemos sido capaces de contenerla en este país? ¿Qué es lo que permite que podamos existir en estos contrastes que cognitivamente son imposibles de justificar? ¿Por qué hay gente que vive en los márgenes de la sociedad, en áreas que se deslavan cuando llueve, donde pierden sus casas y sus mínimos patrimonios? ¿Por qué lo permitimos? ¿Por qué no nos importa más…? Preguntas que me asedian de repente pero que rara vez externo, me queda claro que la única persona sobre la que tengo algún control soy yo. ¿Qué estoy haciendo, yo?
Además entiendo que las personas con las que como no necesitan escuchar esas preguntas. Conocen de primera mano las carencias de la población del estado por las naturalezas de sus jales; entienden sus desigualdades y sus contrastes, han visto mucho de lo mejor y lo peor de su gente. Pero nunca deja de impresionarles, impresionarnos o al menos, espero y confío en que nunca nos deje de impresionar, poder dimensionar la desigualdad. Leer datos es una cosa, estar expuesto de primera mano a las historias de la gente es otra. Poder conectar ambos puntos, entender lo que realmente significan e implican al nivel humano los números de miles y cientos de miles y millones de personas que carecen de necesidades básicas… es otra aún.
Habitar la desigualdad y vivirla del lado “ganador” es, por obvias razones la mejor situación bajo la cual experimentarla, pero aún así creo que es casi imposible no sentirla como violencia. Y no se vale quejarse de eso, ¿no? Con qué cara te quejas de haber nacido “con la torta bajo el brazo”, de haber ganado la lotería mayor… la de cuna.
Los tres coincidimos en que nos agobian las actitudes de las personas que se hacen menos en tu presencia, por tu puesto, o tus apellidos o por los zapatos que traes. O por estar sentada con gente que tiene los apellidos y puestos y zapatos “correctos”. Hay a quienes al contrario, les gusta. Y también es algo que algunas personas que nacen en esos mundos nunca notan; ven como algo natural que la gente “de servicio” sea “servicial” y ya. Pero no, pero no. Cuando los escuchas platicando afuera del evento, echándose un cigarro; o cuando los oyes hablar por teléfono, te das cuenta que están actuando. Porque están trabajando, claro. Todos los trabajos de servicio requieren cierto performance (“el cliente siempre tiene la razón”) y por la realidad de este país, la expectativa del servicio es un performance de sumisión.
¿Por qué crees que todos los meseros se ríen de tus chistes?
“Es por la historia de la corona”, y sí, es una historia que arrastramos, pero también porque no hemos querido soltarla. Al contrario, hemos buscado recrearla en nuestra imagen (una democracia jerárquica, donde todos somos iguales pero algunos “más iguales que otros”). En ese proceso, hemos construido suficientes de nuestros propios sistemas de abuso y abandono que toleramos. En España la idea del trabajador, su lugar en la sociedad y el movimiento que les respalda es completamente distinto y ellos aún tienen la Corona. Insisto que es un tema cultural, cómo vemos, toleramos y coexistimos con la desigualdad.
La conversación regresa a las imágenes de la tormenta, el contraste de las personas que salieron en Kayak por Fuentes del Valle, y las que tuvieron que dejar sus casas por albergues temporales tan cerca como en Santa Catarina. Leí en una cobertura de Sierra Madre que una de las personas que salió a remar sobre el Capitán, quería, “hacer algo divertido y memorable [porque] hay que disfrutar la vida mientras estemos vivos, [...] Uno puede elegir entre dejar que los miedos nos dominen [...] o que el amor, la maravilla y el gozo nos perme[...]”.
Muchos comentarios lo acusan de irresponsable, creo que eso es uno de los riesgos de existir en sociedad, habrá miembros más y menos cautelosos ante las emergencias. Y sí, el comportamiento de algunos puede afectar a muchos. Pero no le pasó nada, no tuvo que distraer a Protección Civil de sus labores más urgentes y la decisión de subir el video a medios masivos, (medios con editores) no fue suya. “Todo lo que hacen los ricos se aplaude”, dice uno. Otros contrastan cómo sería percibida la noticia si fueran personas de colonias populares haciéndolo, en vez de alguien de una de las más caras del país.
Días, u horas después vi videos de la comunidad “Jeepera” participando en esfuerzos de auxilio en la sierra de Santiago, ayudando a salvaguardar ciudadanos que quedaron varados durante las lluvias. No me consta (ni asumo) que quienes los manejen fueran sampetrinos, pero sí he visto ese tipo de coches circulando a menudo sobre Calzada y afuera de muchos restaurantes.
Los monstruosos vehículos por fin me parecieron algo más que absurdos - esperanzadores. Rescatando a gente que se había quedado del otro lado de un creciente arroyo, o llevando servicios de primeros auxilios y despensas a áreas remotas. No sé cómo se coordinaron, pero me dio gusto ver que también estaban participando de la mano de protección civil municipal y/o estatal - o sea, de la mano del gobierno. Un segmento privilegiado de la sociedad civil poniéndose a disposición de las necesidades de la comunidad más necesitada y del gobierno. Qué interesante, cómo las emergencias también sacan a relucir a esas personas. Las que siempre le entran al quite por los demás.
Me hizo pensar nuevamente en los contrastes. Los Jeeps fueron diseñados originalmente como vehículos para la guerra, posteriormente se convirtieron en vehículos todo terreno y luego vehículos de lujo y ahora son una mezcla de todo. Aunque mantienen una apariencia ruda, cuentan con interiores de lujo y suficientes modificaciones en su altura y suspensión que les permiten desplazarse a lugares que otros no podrían. Suponen ser un encuentro entre la utilidad y el lujo - son para gente de rancho pero gente de rancho tipo bien. Se trata de ser y parecer.
Claro que nunca viralizamos las imágenes de vecinos ayudándose con sus propios medios, no en la emergencia pero en la cotidianidad. Anton Chekov decía que cualquier idiota puede enfrentar una crisis pero es el día a día lo que te agota. En colonias por todo el estado son comunes los apagones, los cortes de agua, aunado a las carencias de medicina o atención médica especializada, educación de calidad, trabajo digno.
Ante la falta de Estado (con mayúscula porque me refiero a la institución), siempre, siempre le va a entrar la gente al quite. No queda de otra, es la cosa.
Claro que esas imágenes son demasiado desesperanzadoras, la realidad de mucho del país. Los lugares en donde nadie anda en Kayak están repletos de personas que también quisieran vivir inmersos en el amor y la aventura, pero que muchas, muchísimas veces no pueden hacerlo por condiciones materiales que exceden sus propias capacidades de resistirlas. Aún en colectivo.
Toca esperar despensas.
¿Por qué? […]
Pagamos la cuenta, $X, XXX pesos cada quien. “Nada mal”, asentimos. “¿Cuándo se van a Italia?”, la conversación regresa a un lugar menos deprimente.
Salimos del restaurante a un sol nítido, aire fresco y un cielo azul como de Windows95.